Los vinos fortificados son aquellos en los que durante su proceso de elaboración se ha aumentado su graduación alcohólica mediante la adición de algún tipo de destilado o aguardiente proveniente de la uva.
Los vinos fortificados pueden ser dulces o secos según el momento en que se añada el destilado. Al añadir el vino aumenta su graduación por encima del 15%. Esto provoca una parada en la fermentación ya que las levaduras no pueden continuar su actividad en un ambiente tan alcohólico. Si el destilado se añade cuando la fermentación natural de las levaduras aún no ha finalizado, el vino resultante conservará algo de azúcar residual y será ligeramente dulce. Por otro lado si la fermentación ya ha finalizado y se ha consumido todo el azúcar, el vino resultante será un vino seco.
En el mundo hay diferentes elaboraciones de vinos fortificados aunque seguramente los más reconocidos y complejos son los vinos de Jerez y los vinos de Oporto.
Los vinos de Jerez elaborados a partir de la variedad Palomino sufren un proceso de fortificación que se conoce como encabezado. Además de incluir esta adición de alcohol también realizan una crianza biológica y oxidativa. Esta crianza da lugar a vinos secos muy diversos y complejos. La mayoría de ellos son capaces de envejecer siguiendo el singular sistema de soleras y criaderas durante décadas.
Los vinos de Oporto son fortificados cuando alcanzan entre los 6% y los 9% de alcohol. De esta manera conservan cierta cantidad de azúcares residuales que sirven para equilibrar el alcohol y la tanicidad de estos vinos. Aunque se puede elaborar a partir de uvas blancas los ejemplos más notables se producen con uvas tintas autóctonas de Portugal y al igual que en el caso de Jerez, son vinos longevos y únicos en el mundo.