La viña es la gran protagonista en la época de vendimia pero el viticultor no puede olvidarse de ella el resto del año. Tras la vendimia y con la llegada del frío, se produce la caída de las hojas y la vid entra en reposo vegetativo. Durante el invierno y hasta febrero el viticultor está muy atareado con la poda de la planta. En la poda se eligen las yemas que se quieren dejar condicionando así la producción del año siguiente.
Entre febrero y marzo, las yemas comienzan a brotar, es lo que se conoce como el lloro. La planta despierta del reposo y la savia comienza a circular por la planta. Se hinchan las yemas y la savia acaba saliendo por la herida de la poda simulando lágrimas. Durante el desborre las yemas se desarrollan dando lugar a hojas e inflorescencias. Las hojas se encargaran de hacer la fotosíntesis y fabricar el alimento y energía necesarios para que la planta pueda seguir su desarrollo.
Durante los meses de mayo y junio se produce la floración y la consiguiente fecundación y cuajado. La tasa de cuajado, el número de flores que se convertirán en fruto, es muy importante para el viticultor y una característica típica de cada variedad. En ocasiones el viticultor realiza una poda de las hojas (poda en verde) o de las ramas (un despunte) para limitar el crecimiento vegetativo y fomentar el desarrollo del fruto.
Finalmente hacia el mes de agosto el fruto que ha cuajado y engordado comienza a enverar. El envero es visible en las variedades tintas y podemos observar como los granos verdes comienzan a transformarse en granos granates. Una vez que el viticultor decida que la uva está lista comenzará de nuevo la vendimia.