A pesar de que en los últimos tiempos se ha puesto de moda decir que un vino es “muy mineral”, sobre todo en el caso de los blancos, las notas minerales son raras de encontrar y son propias de vinos realmente excelentes.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de mineralidad? Cuando buscamos notas minerales debemos buscar algunos aromas cómo la tiza, los hidrocarburos, el yodo, el olor de un pedrusco caliente, la pólvora o el grafito entre otros. Son notas que demuestran una influencia muy fuerte del suelo y por lo tanto un fiel reflejo de la región. No podemos olvidar que, al fin y al cabo, los suelos contienen minerales diversos que van a ser asimilados por la planta y pasarán al fruto. Por otro lado existe la posibilidad de que estas notas se desarrollen lentamente durante una larga crianza, sobre todo en crianzas reductoras en botella.
Por ejemplo, la variedad Riesling transmite muy bien la tipicidad del suelo y además tiene una gran capacidad de envejecimiento. Pues bien, algunos Riesling alemanes que provienen de zonas pedregosas de pizarra transmiten muy bien esos aromas a grafito del suelo. Además, debido a su alta acidez y su aptitud para una larga crianza son capaces de desarrollar aromas muy complejos que nos recuerdan al petróleo.
Si buscamos un ejemplo español es casi obligatorio hablar del Priorat. Algunos vinos de esta denominación de origen, son considerados excelentes por su gran capacidad para transmitir el suelo y desarrollar un abanico de aromas minerales de gran singularidad. Su suelo especial, conocido como la llicorella, una pizarra marrón oscura con granos de cuarzo que brillan con el sol, dan esta mineralidad casi masticable a sus vinos.
Finalmente cabe destacar que la mineralidad en un vino es un gran aliado a la hora de crear equilibrio y armonía.