Aunque no debería, la etiqueta tiene gran influencia sobre nosotros. Para una gran parte de los consumidores, que aún no tienen claro qué variedad o región es su preferida, la etiqueta es un criterio a la hora de compra. Lo que seguramente estaremos todos de acuerdo es que un vino es su etiqueta, y su diseño es el que recordaremos.
Muchas de las reglamentaciones de lo que debe o no debe incluir una etiqueta nos las da la propia denominación o certificación de origen en la que queramos incluir nuestro vino.
No olvidemos que existen otras clasificaciones como vinos de la tierra, vinos con identificación geográfica protegida o simplemente vinos de mesa. Una vez que está claro cuáles son las obligaciones legales de nuestra etiqueta, añada, tipo, lugar de origen, crianza etc…lo que diferencia a unas etiquetas de otras es simplemente su creatividad.
En los últimos años, y fruto de una modernización y esfuerzo de comunicación, muchas bodegas han cambiado sus etiquetas intentando mantener ciertos recuerdos de lo que fueron pero con un nuevo toque más moderno. A veces incluso con nuevas y sorprendentes texturas que ayudan a comunicar el alma de un vino y llaman nuestra atención. Otras bodegas han innovado no sólo en sus diseños sino también poniendo a sus vinos nombres cada vez más originales y que a menudo son un guiño al consumidor. Aún así sobreviven los que han decidido mantenerse fieles a sus raíces, a una tradición a menudo familiar y a un diseño que además de hacerles inconfundibles les hace fácilmente identificables por un consumidor fiel y tradicional.
Lo que está claro es que modernidad y tradición no están reñidas y una etiqueta debe ser no sólo la expresión del espíritu de una bodega sino también estar al servicio de la mejor comunicación con su consumidor final.