Aunque no debería, la etiqueta tiene gran influencia sobre nosotros. Para una gran parte de los consumidores, que aún no tienen claro qué variedad o región es su preferida, la etiqueta es un criterio a la hora de compra. Lo que seguramente estaremos todos de acuerdo es que un vino es su etiqueta, y su diseño es el que recordaremos.
A menudo escuchamos o leemos en etiquetas información sobre la edad del viñedo. Es muy frecuente que entre las características de un vino se hable de “viñas viejas” o “cepas centenarias”. Evidentemente es una manera positiva de ensalzar el origen de un vino y a continuación veremos el por qué.
El viñedo no comienza a dar una producción más o menos decente hasta el tercer año de vida. A partir de los 10 años y hasta los 30 más o menos, la vid está en su mejor momento desde el punto de vista de la producción. A partir de los 30 la viña entra en una fase más madura y como el ser humano se vuelve más sabia. Con la edad, la viña se adapta mejor al suelo, al clima y en general al terroir. Ha aprendido durante años del entorno en el que se encuentra y sabe mejor que nunca cuál es su potencial. De esta manera aunque pasadas las décadas la planta comienza a producir menos lo hace de mejor manera, las uvas son de mejor calidad, con un mosto más concentrado y sus vinos, por tanto tienen un mayor potencial.
En la actualidad podemos encontrar viñas de más de 70 años produciendo grandes vinos. Por esta razón las parcelas con viñas viejas son miradas de cerca por el viticultor y tratadas con especial cariño. Debemos de ser conscientes que no queda tan lejos la filoxera que, a principios del siglo XX, arrasó con casi la totalidad del viñedo y hace casi imposible encontrar cepas centenarias en Europa. Por otro lado, durante décadas ha primado una agricultura que potenciaba la cantidad frente a la calidad y que motivó el arrancar y plantar nuevamente aquellas cepas que bajaban su producción. Por todo ello las viñas más antiguas son siempre un tesoro al que hay que cuidar.