Cuando hablamos de crianza siempre es sinónimo de madera pero el periodo de crianza en botella es clave para el afinamiento de los gran des vinos.
Al acabar la crianza en barrica, en el que la lenta oxigenación y la cesión de componentes de la madera al vino ha sido la protagonista, viene el embotellado. Las botellas tumbadas en jaulones, a una temperatura controlada entre 10ºC y 15 ºC y una humedad adecuada entre el 60% y el 70%, comienzan a desarrollar nuevos aromas.
El vidrio de la botella proporciona estanqueidad tanto de gases como de líquidos constituyendo una barrera para microorganismos. Tiene gran resistencia mecánica y térmica y la posibilidad de colorearlo ayuda a preservar el vino de la luz. Los vinos que han pasado por madera y que además van a sufrir un periodo de envejecimiento deben cerrarse con corcho y a poder ser un corcho natural largo. El corcho es inerte porque no aporta sabores al vino, y estanco protegiendo al vino del oxígeno.
Durante la crianza en botella o crianza reductora (en ausencia de oxígeno) la fruta comienza a perder protagonismo, el color evoluciona hacia el rubí y teja. Se revelan notas especiadas, flores, fina ebanistería o tabaco, más típicas de vinos maduros. En general la boca se redondea y se vuelve más equilibrada. Los taninos se suavizan y se vuelven más aterciopelados. Es lo que los expertos llaman aromas terciarios o bouquet.
El bouquet es el conjunto de aromas más difícil de conseguir y el que más personalidad da a un vino. Son aromas fruto de una lenta y larga evolución que conviven en armonía y hacen de un vino una auténtica joya.
Los grandes vinos de grandes añadas pueden ser muy longevos y es muy acertado, si se dispone de las condiciones idóneas, guardar la botella en espera del mejor momento de consumo.