Las enfermedades fúngicas de la vid no atacan todos los años y sólo se manifiestan ante determinadas condiciones.
Su control forma parte del día a día de cualquier viticultor. La poda y el diseño del viñedo aumentan la aireación dentro del mismo. Estos factores ayudan a controlar de manera natural las enfermedades disminuyendo la condiciones de humedad y aumentando la exposición solar de los racimos. Las afecciones más frecuentes son el mildiu, el oídio y la podredumbre.
El mildiu crece en condiciones de calor y humedad y ataca sobre todo a las hojas más jóvenes y tiernas. Este daño en la masa vegetativa puede provocar problemas en la maduración de la uva y por lo tanto estropear los sabores del vino. Para acabar con el mildiu se puede utilizar el famoso “caldo bordeles” con un importante porcentaje de cobre.
El oídio, además de calor, necesita de zonas sombrías y también se desarrolla en las partes verdes de la planta. Afecta al desarrollo de las yemas y cuando aparece en el grano puede llegar a hacerlas explotar o teñirlas de sabores indeseables. Potenciar la exposición del viñedo así como la aireación junto con tratamientos a base de azufre ayudan a controlar esta enfermedad.
El último hongo a vigilar es la podredumbre gris también conocida como botrytis cinérea. Este hongo se desarrolla en condiciones muy húmedas y además de causar problemas en las hojas afecta a los granos desde sus primeros estadios. Se producen sabores indeseables, una merma en las cosechas y una perdida de color en los tintos. La botrytis sin embargo, en condiciones muy especiales, puede dar lugar a uvas con una gran concentración de azúcares. Estas uvas son la fuente de algunos de los vinos más caros del mundo como los vinos dulces de Sauternes en Francia. Es entonces cuando se le conoce como podredumbre noble.