El rosado, al contrario de lo que muchos piensan, proviene estrictamente a partir de uva tinta cuya fermentación tiene lugar sin hollejos. Los vinos popularmente conocidos como claretes, suelen llevar una mezcla de uva tinta y blanca, o mosto blanco y tinto o son mostos descubados precozmente. Sin embargo nunca son considerados vinos rosados, a excepción de los espumosos rosados donde si se puede mezclar uva blanca y tinta.
Para elaborar un rosado y controlar la pigmentación del mosto podemos distinguir dos tipos de elaboraciones fundamentales. La primera, un prensado directo. Este método no está permitido en todas las denominaciones de origen y consiste en prensar la uva a su llegada a bodega como si se tratase de la elaboración de un vino blanco. El mosto se tiñe ligeramente por una pequeña fracción de tiempo en contacto con el hollejo y de ahí pasa al tanque de fermentación.
La segunda opción es la del sangrado. Una práctica tradicional y de uso obligatorio en algunas zonas como la D.O.Navarra. En este método la variedad de uva tradicionalmente utilizada es la garnacha, aunque también encontramos rosados de sangrado sobre todo a base de merlot, cabernet sauvignon y tempranillo. En el proceso del sangrado tras despalillar y estrujar, la uva se deja que macere junto a los hollejos entre 8 y 24 horas. Pasado este tiempo el mosto que contiene azúcar y es más denso se separa de los hollejos que flotan. Durante esta maceración se produce una cesión de pigmentos y una extracción de precursores de aromas que se encuentran en el hollejo. Transcurrido este tiempo el depósito se sangra desde la parte inferior obteniendo un mosto dulce rosado que seguirá un proceso de fermentación normal. El resultado, un vino fresco y afrutado, cuyo color dependerá del tiempo de maceración.