El mismo vino, en copas diferentes puede ser percibido de maneras muy diversas. El tamaño, la forma, el diámetro y el grosor del cristal son determinantes.
El tamaño afecta sobretodo a la intensidad y complejidad de los aromas. Los tintos, al contener más alcohol y tener mayor tanicidad necesitan de una copa más grande para ser bien percibidos. Los blancos se aprecian mejor en copas más pequeñas en las que se controla más la fructuosidad y el desprendimiento de aromas.
Otro aspecto es la forma. Las formas que se estrechan en la boca evitan la perdida de aromas porque los concentran. La forma puede llegar a potenciar de tal manera los aromas que, algunas casas, han desarrollado copas cuya forma es específica para diferentes variedades de uva o regiones.
El diámetro también influye de una manera sorprendente. Si bebemos en una copa más ancha o más estrecha inclinaremos más o menos la cabeza y el primer sorbo de vino incidirá más sobre unas partes de la lengua que sobre otras.
Por último, el grosor del cristal influye en la transparencia y claridad. Las copas de plomo además aportan mayor peso e influyen en la inclinación de la copa.
No podemos olvidar la importancia de la limpieza. El jabón o el líquido abrillantador pueden llegar a transmitir olores y sabor amargo al vino. Si lavamos la copa con agua caliente no necesitamos usar jabón, a excepción de los bordes en los que podemos pasar la esponja. Es recomendable dejar las copas secándose al aire y guardarlas boca abajo, si puede ser colgadas en un rail. Pero cuidado, es importante evitar dejarlas boca abajo en una estantería por ejemplo, la copa puede absorber los olores del material. Igualmente no es recomendable guardarlas en una caja. Cuanto más aireadas las guardemos menos influencia sobre los aromas y los sabores del vino.