Los vinos fortificados como ya hemos visto anteriormente pueden ser dulces y tienen mayor graduación alcohólica, en torno al 20%.
A menudo los vinos fortificados pasan por una crianza muy larga de años e incluso décadas por lo que en la fase visual presentan un color muy evolucionado, son frecuentes los colores ámbar, marrón o el famoso color tawny que también da nombre a unos de los vinos más representativos de Oporto. Por otro lado, y dado el porcentaje de alcohol más elevado de estos vinos en comparación con los vinos secos, se pueden apreciar densas lágrimas en los laterales de la copa.
En nariz podemos encontrar diferentes familias aromáticas. Desde fruta blanca, cítrica, de hueso, fruta roja, negra o exótica propia de vinos más jóvenes y dependiendo de si están elaborados a base de uvas tintas o blancas. Las notas de madera no suelen ser muy pronunciadas dado que la crianza de estos vinos se suele dar en toneles más grandes que las barricas tradicionales y normalmente usadas. Sin embargo, esta crianza en madera si que aporta, gracias a la lenta oxidación a través de sus poros, notas muy complejas de frutos secos, chocolate, café, tofe.
En boca y dado que frecuentemente algunos fortificados son dulces podemos percibir ese contenido de azúcar combinado con la fruta. Sabores de fruta seca, mermelada, miel acompañados de notas a nueces, almendras, avellanas y melazas. En el caso de los vinos fortificados secos podemos encontrar una salinidad especial, como en el caso de Finos y Manzanillas que parecen venir directamente del mar.
Finalmente es importante tener en cuenta a la hora de evaluar el equilibrio que partimos de una percepción alcohólica más alta. Asimismo es importante juzgar el papel del dulzor cuando existe y su importancia en la moderación de este alcohol.